El riesgo oculto que afecta a las empresas hoy

En casi todas las empresas, la inteligencia artificial ya forma parte del día a día. Esto no siempre responde a una estrategia planificada, sino que muchas veces es por iniciativa de los mismos equipos. Por ejemplo, se ven áreas de marketing utilizando herramientas generativas, desarrolladores integrando APIs en sus entornos o analistas que entrenan modelos para hacer reportes más ágiles. Algunos de estos procesos se llevan a cabo en servidores internos, otros en la nube, o incluso desde computadoras personales. Todo esto, claro, sin un control centralizado, lo que puede traer complicaciones.

El riesgo aquí es evidente: ¿qué control se está ejerciendo sobre el uso de estas IAs? Es fundamental saber qué datos están procesando, cómo han sido entrenados y qué decisiones están automatizando. La falta de visibilidad en estos aspectos convierte a las empresas en un blanco más vulnerable, ya no solo desde el punto de vista técnico, sino también ético, legal y reputacional. Un mal uso, un sesgo no detectado o una fuga de datos pueden tener consecuencias bastante graves.

Esto recuerda a épocas pasadas en las que empleados instalaban programas sin consentimiento del área de sistemas. Sin embargo, el impacto de la IA es mucho más significativo. Hoy en día, estas herramientas no solo manejan datos; pueden aprender de ellos e incluso tomar decisiones. Eso implica que se necesiten nuevos estándares de gobernanza y seguridad.

Ya hay ejemplos concretos de empresas que tuvieron que limitar el uso de ciertas herramientas de IA generativa. ¿La razón? Se dieron cuenta de que algunos empleados estaban subiendo información sensible a sistemas externos. En otros casos, algoritmos generaron resultados sesgados que afectaron la reputación de la empresa.

La clave no es detener la adopción de la IA, sino entenderla mejor. La democratización de estas tecnologías impulsa la innovación descentralizada, la rapidez en la creación de prototipos y la autonomía de los equipos. Si se canaliza adecuadamente, esta energía creativa puede convertirse en una ventaja competitiva para las empresas.

Para lograr esto, es fundamental implementar una estrategia desde abajo hacia arriba: conocer lo que ya se usa, auditarlo, clasificarlo y aplicar controles adecuados al nivel de riesgo de cada herramienta. El marco de gestión debería ser más una guía que un obstáculo, combinando tecnología, procesos y cultura. No se trata de poner trabas, sino de construir un modelo que acompañe el ritmo del cambio con responsabilidad.

Hoy, las organizaciones enfrentan varios desafíos:

  • Falta de visibilidad sobre qué modelos o agentes de IA se utilizan y sobre qué datos operan, además de la ausencia de auditorías continuas.
  • Escaso conocimiento entre los empleados sobre los riesgos de compartir información sensible.
  • Dificultades para establecer marcos de gobernanza que evolucionen al ritmo de la tecnología.

Estos factores pueden aumentar la exposición y reducir la capacidad de respuesta ante problemas. La verdadera madurez digital no se logra limitando el uso de la inteligencia artificial, sino entendiéndola en su totalidad. Solo las empresas que consigan integrar tecnología, procesos y cultura en una estrategia coherente podrán aprovechar su potencial sin comprometer su seguridad, su reputación o la confianza de sus clientes.

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